Había que contar las nubes antes de tenderlas

Cada noche al arroparte, manifiesto ritual amoroso, te pedí que contaras las nubes, antes de tenderlas.
Que despertaras la luna antes de tiempo.
Sin esperar, aún sin saberlo, fuiste dándome los cimientos de tu ilusión para el día que fuera.
Apasionada, entre mohines y quejas, reclamabas la última caricia ante la oscuridad del misterio.
Con palabras desgajadas de un léxico aprendido al sol y entre los juegos, fuiste armando el mundo con pececitos alados y ratones inquietos.
Persiguiendo tu magia, volamos hacia el mismo paraíso, entre la ingenuidad de la imagen y la pertinaz realidad de lo concreto.
En tu memoria, las palabras reclamaban su lugar reiterado, no permitiendo devaneos. Rechazo invariable por la vocecita suave de un “así no era”.
Nunca pensé que la Luna no despierta antes de tiempo, ni que las nubes tendidas, no contaban para sumar su efecto.
Aprendí que no se puede cambiar el curso de tus sueños, que no podría cambiar la aparición de tus imágenes secretas, y que en cada porción de realidad que vivieras, forjarías una porción de la ilusión que tengas.
Hoy ya no arropo tus noches, ni atravieso tus sueños, solo puedo acompañar tu música y persistentemente, cada noche, pedirle a la luna que despierte antes de tiempo, contado las nubes al tenderlas y acompañe tu sueño.

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