FIESTA

La lluvia había tomado posesión de cables y edificios componiendo una escenografía gris terrosa. Teníamos que realizar varias diligencias, que me inquietaban, y el cielo plomizo era una molesta compañía para mi alboroto.
Mi padre había hablado de los trámites como de un secreto. Debía guardarlo en reserva y no comentarlo ni siquiera en la familia, menos aún, en la escuela.
Esta necesidad de misterioso origen, llenaba todo el ambiente de una embriaguez especial. La promesa había sido concreta. El regalo: un viaje de los dos, por una semana, a un país vecino, en lugar de la fiesta prometida con anticipación.
Mi imaginación no paraba de elaborar situaciones. Armar la valija, poner la pulserita que me regaló Susana, el vestido verde con amplio vuelo, porque si bailaba quería que se moviera como la había visto en las películas. No me preocupaba demasiado la falta de una fiesta especial. Toda la aventura me parecía suficiente reemplazo. La sola idea de hacer el viaje, los dos solos, me parecía una epopeya. Mi madre no estaba muy conforme.
Entre un trámite y otro, parábamos a tomar jugo en algún barcito y “casualmente” siempre nos encontrábamos con un amigo de papá.
Las conversaciones eran aburridas. Parecían estar llenas de indicaciones de tal o cual lugar, o ver a fulano o mengano. Muy bien no entendía la relación de todo esto con el festejo. Ciertamente no me preocupaba pero crecía la intriga por esos cuchicheos.
Finalmente los trámites dieron como resultado, el pasaporte listo. Me pareció que mi estatura crecía en el ámbito familiar siendo portadora de este documento.
No se había fijado fecha aún para la partida. Quería que fuera sábado para que mis amigas pudieran ir a despedirme. Pero todo indicaba que sería noche tarde, lo cual complicaba esta posibilidad.
Finalmente, y pasados unos quince días, se estableció la fecha para el jueves de la semana próxima.
La magia envolvía todos mis actos. Los últimos preparativos y las charlas finales antes de partir . En mis sueños se tejían bandadas de imágenes que esperaba develar pronto.
Llegó la mañana. Ya todo listo, no cabía en mis zapatos por salir corriendo hacia el aeropuerto. A las seis de la tarde era la hora indicada.
Almorzamos e intenté algún juego con mis hermanos. Sentados sobre la alfombra desparramábamos cartas como si fuera un tarot pergeniado en el momento.
Cada uno inventaba su historia.
El juego se interrumpió con el timbre que insistente nos sobresaltó.
Serían las cuatro. El visitante resultó ser el amigo que encontrábamos en los barcitos de los trámites. Lo recordaba bien, porque tenía barba y bigote.
El hombre charló algo con mamá. Corto y en voz baja.
En segundos se fue. Ella quedó parada, mirando nuestro juego, sin decir palabra.
La miré y noté algo diferente en su cara.
- ¿Qué pasa mamá? ¿Ya nos vamos?
Un instante de silencio se deshizo entre el juego y las preguntas. Sin vacilar y como tratando de ser lo más natural posible, contestó:
- No, por ahora no hay viaje. Mejor será que ordenes tus cosas en el ropero.
Sabía que no podía pedir muchas explicaciones. Ya me lo habían recomendado en varias oportunidades durante los preparativos, pero la angustia me desbordaba y corrí detrás de ella hacia la otra habitación. Sin parar, preguntaba y pedía entender qué había sucedido. Ella se sentó a los pies de la cama y remarcando cada sílaba, cada letra de su frase contestó :
- Se te ha dicho ya que no preguntes, solo tienes que aceptar que no hay más viaje posible ahora.
Conocía sobradamente los imperativos familiares. Por lo tanto con un ato de preguntas en la garganta, di media vuelta y me encaminé a mi cuarto. Pasé el resto del día esperando que llegara mi compañero de viaje, con la secreta ilusión de que todo se solucionara. Pero el cansancio me venció. Cuando la casa estuvo en silencio transité hacia los sueños que fue lo mejor que pude hacer.
La mañana me encontró volviendo a la ilusión de la vigilia. Rápidamente, corrí al cuarto de al lado, en la intención de hacer preguntas que contuvo el sueño.
Mamá aún dormía y mi padre no estaba.
Volví a mi cama. Cuando el día inundó la actividad hogareña, noté algunas diferencias en la rutina. En el bolso preparado de papá habían variado algunas prendas y estaba listo como esperando algo.
Sonó el timbre. El mismo hombre de ayer retiró el bolso y no se lo vio más.
Pasaron tres o cuatro días en que las horas se confundían entre las actividades y las preguntas atragantadas. Mis hermanos participaban ahora de mi inquietud, por el ausente desde aquella tarde.
Otra visita inesperada fue la portadora de más motivos de intriga y sorpresa.
Mi madre nos pidió que fueramos al patio y como era de suponer tratamos de escudriñar el suceso por una hendija de la puerta.
Con calma la visita fue adueñándose de la palabra.
...el plan ha sido modificado...
...la entrevista será en otra ocasión. ...
...podrían utilizar el cumpleaños de otro hijo como pantalla cuando fuera necesario...
...el partido se ocuparía de ocultarlo el tiempo necesario....
Finalizando el hombre se levantó y como despedida se oyó la voz de mi madre diciendo:
- Dígale que se cuide y vuelva cuando pueda, pero no habrá otro cumpleaños para usar.
Ya sola, mamá lloraba.
Años después, aún preguntándome por mi fiesta de cumpleaños, supe que aquella tarde lo interceptaron en la calle para abatirlo. Logró escabullirse entre la gente y no lo vimos por varios meses.
Cuando regresó, sin aviso previo, reunidos alrededor de la mesa, nos habló con cariño, contándonos sus sueños de ausente.
Tal vez esa tarde inicié un camino que hoy sigue presente.

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