Ni siquiera una lágrima

Como témpano enclaustrado en la niebla, el hombre pequeño, tembloroso, nos mira.
Fue cruzar pabellones hasta encontrarlo, alternando brincos de una niñez ingenua con la potente sensación de transitar lo inenarrable. Allí se trenzaban ilusiones enroscándose en el desconcierto y claudicando al dolor.
Aferrado a los barrotes, conteniendo la fuerza y el caudal de potencias que la ignorancia no acierta a comprender. Luce líneas caprichosas en su frente. Voz apenas susurrante. Mirada en lo incierto. Cubiertos sus brazos de lunares purulentos marcados por la ignominia, está ahí, esperando quien sabe qué.
El estómago se anuda, alejo la imagen para no volver.
Diez, veinte o treinta años ó un segundo más tarde, la trenza no grita, ni siquiera vomita una lágrima, quedó ahí.
En la memoria tendrá que ser recuerdo y no misterio.
Su imagen fue testigo para mí.

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