Domingos de Madre

Sucedía siempre en Domingo y durante muchos domingos de mis escasos años.
No importaba la lluvia, el sol o el viento. Era siempre en Domingo. Ese que pudo ser de paseos en el parque, de hamacas y de juegos, de correrías y festejos.
Rutas angostas, bordeadas de interminables amarillos en sus banquinas, cruces entreverados con rotondas construyéndose, trasladaban a este grupo irreverente de chicos, jóvenes y madres, a la visita angustiosa presidida por ojos custodios e interrogantes.
Esta construcción sólida y prolija no era diferente de los espacios distintos que ya habíamos conocido. Buques, puertos, oficinas, lugares oscuros y llenos de presencias ajenas.
En la imagen, el calor o el frío producen su mismo efecto, aletargado y sin tiempo.
Traspasar los umbrales significaba una larga espera desconcertante, incierta.
Ingresar al recinto, mostrarse.
¿Qué buscaban las palabras y las manos, en las preciadas vituallas y aún en nuestros cuerpos?
Ultrajaban la intimidad de los afectos con el desparpajo del inventario almacenero, y cuando la conciencia les indicaba algo concreto, con sonrisas cumplidas intentaban restañar sus malévolos efectos.
Pudo haber sido ayer o hace muchos años. Pero tal vez, deseo, no siga siendo.
La memoria repite el recorrido, completando secuencias que no paran, calcinando etapas sin regreso, estableciendo fangales tenebrosos que entorpecen creer y seguir viendo.
Las madres desde su convicción y dignidad cuestionan, y establecen parámetros firmes adormeciendo las rejas, con su firmeza propia, nos llevan a atravesar barrotes que desde la inocencia trepamos como escaleras.
Caminar de la mano, sin mirar hacia atrás, siempre en silencio.
Y cuando de reojo vislumbro a nuestra espalda un montón de orificios en la punta de caños atrevidos y férreos, que varios al descuido bambolean sin quererlo, siento que el mundo se detuvo y algo diferente sucede en el momento. ¿Quién viene con nosotros que merece este tratamiento?
Rumores de palabras que no entiendo pero presiento oscas y que niego. Preguntas que se atragantan en manojo de sentimientos, atropellan el paso y sin que medien preámbulos, estamos ahí nuevamente, en lo incierto.
¿Por qué tanta alharaca? ¿Por qué tanto espamento? ¿Qué sucede con estos que a jugar, no vinieron? En el abrazo, el calor cobijante restablece mi centro.
Componemos en la magia, un hogar trashumante, original, que siento áspero y ajeno.
Poco dura el sortilegio y nuevamente hay que traspasar el camino inverso con la aguda sensación de dejar atrás parte de lo nuestro.
Vuelven las preguntas acalladas, los interrogantes que nadie develará seguramente, las dudas que la inocencia plantea quedando abiertas y que aún hoy son cuestionamiento.
En cada uno de aquellos que algún domingo miré inquiriendo, quedaron girones de una historia sin respuestas, que solo sirvieron para construir la mía con sus grietas.

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