La papelera

Paredes blancas con grandes ventanales, recortes de paisaje que invitan a mirar sin descanso. Desde estas alturas todo podía convertirse en un lugar diferente.
Calles, crispadas de sonido y movimiento, tornadas en alineados cauces con direcciones preordenadas. Ventanucos oscuros ornados de molduras y detalles, ofrecen una escenografía para cualquier escena que pudiera plasmarse.
En la larga hilera de autómatas que sumábamos cuotas impersonales, el flaco vecino me comentó risueñamente, por lo bajo, el gran descalabro que podríamos producir invirtiendo los signos y sugiriéndome probarlo. Dibujé una sonrisa ante la idea y no abundé en comentarios.
- La empresa no le paga para que Ud hable - había dicho el gordito insulso que circulaba controlando.
Con el espanto apretado en la garganta, volví a mirar la automaticidad de mis dedos en el teclado y el vertiginoso fluir de las tiras con números y cuentas que mi imaginación se negaba a retener.
Pasarían largos minutos antes del descanso y ansiaba el momento de relajar la espalda y darle paso a pensamientos que estarían más allá de los cristales.
Mientras mis dedos bailaban con las cifras, intenté dibujar otros perfiles y persiguiendo atajos, me empeñé en imaginar otro escenario.
La contundencia de las cuentas y la responsabilidad inculcada, profanaban la escalera de sueños que inútilmente trataba de construir.
Finalmente y casi como si estuviéramos obligados ante la gentileza, al unísono y erguidos, marchamos hacia la cafetería para los diez minutos relajados.
Había transcurrido la mitad de la jornada, pensar en otro tramo igualmente tedioso parecía una osada aventura imposible de completar.
Otra vez la maquinita, otra vez las cuentas, otra vez el soñar mientras los dedos transitan mecanizados el prolífico camino de sumas y resultados.
Ahí estábamos todos, bailando en los teclados.
El sobresalto llegó con la campana modificando la acción, para dar rienda suelta y llenar de tiras y ristras de papeles ajados, todos los tachos.
El Insulso, también automatizado, como en una letanía repetía a diario:
- Muchachos! Hay que vaciar los papeleros,….. Muchachos!

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