Hilo a Hilo fue peinando la ira

Con sombrero de hilos azul plata, creciendo para iluminar alguna sombra, así se veía.
Los rastros quedaron marcados en su piel venteada por los años. El sol de otros días se opone a acariciar heridas que no sangran.
Atrás quedó la habitación vacía, las risas que inundaban espacios, hoy inertes, compartidos para algún mañana.
El contraste, entre el abrupto envoltorio de la oscura escena y la musical fuerza del curso de agua, juntó el recuerdo con el dolor y fue presencia humana.
Rememoró tal vez, la primer escena inocua, intrascendente y tibia, que adquiriera importancia al transcurso de otras, fielmente recordadas como urdimbre.
Y entre los rizos del agua, fue depositando una a una las estampas pintadas, y con el torbellino, los colores se confundieron en dolor y arcoiris, simulando la magia de cada instante redivivo.
El tiempo adquirió su segundero propio y mágico, siendo un instante que aguijoneando el alma, llevó al momento certero, al hilo, que delató el ocaso, el olvido, la rabia.
Hilo a hilo surcó imágenes, decires, faltas.
Desarmó en cadena el entretejido recuerdo, desatando incógnitas, deshaciendo ilusiones, desoyendo nostalgias.
La ira como turgencia sangrante, se adueñó del alma.
No había forma posible de restaurar la calma, de recomponer el cuerpo para amoldarse al dolor que provoca la ausencia de un abrazo esperado, de la ilusión que desnutre y deja el vacío con añoranza.
Imágenes que fueron sin ser, alimento para horas vacías y lejanas.
Como un rito crucial, se acercó al río y mansa, lentamente, fue dejando caer cada porción de piel, cada guedeja de su cabellera ultrajada.

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